El 1 y 2 de Noviembre se esperaron a los difuntos, una costumbre ancestral de los pueblos originarios donde se reúnen la familia y seres queridos. Días previos se preparan ofrendas de pan, comidas y bebidas, junto a flores y coronas para recibir a las almitas.
Esta celebración es parte del Aya Markay Killa, que en quechua significa mes de cargar a los muertos. Actualmente se sostiene esa conexión con los ancestros, con los que han partido y se los espera, porque llegan las almas a reencontrarse con sus seres queridos en este mundo, tiempo y espacio. El mes de noviembre es un mes importante para los pueblos andinos originarios que siguen esta tradición milenaria. Es un reencuentro, porque desde el tiempo cíclico, van y vienen, desde la cosmovisión andina, la muerte implica partida, pero con la posibilidad del reencuentro. Los pueblos originarios coyas, quechuas, aymaras, diaguitas; entre otros pueblos andinos en Argentina, el 1 y 2 de Noviembre ponen una mesa con ofrendas hechas en formas de pan con forma animalitos como el quirquincho, llamas, palomitas, palmas, guaguas de pan. También se hacen coronas de pan, escaleras, chakanas y los que son de la religiosidad católica hacen cruces.
Esta expresión milenaria de culto a los difuntos no se pudo extirpar en tiempos de la colonia hasta el presente. Ya que en el siglo XVI, la corona española junto a la iglesia católica implementaron sanciones y persecuciones en contra de las manifestaciones de espiritualidad indígena, y fueron aplicando la extirpación de idolatría, con la intención de prohibir estas prácticas de recibir a los difuntos. Con los años y siglos, se implementó la aceptación de la iglesia de esta espera a los difuntos, pero modificaron la forma de expresión denominando Día de Todos los Santos y Fieles Difuntos para el 1 y 2 de noviembre, respectivamente.
Esta celebración es milenaria, y el 31 de octubre en la noche y hasta temprana horas del 1 de noviembre, se pone la mesa con las ofrendas de pan, comidas, bebidas y dulces. En la mesa están representados el mundo de arriba hanan pacha con las estrellas, soles, lunas, donde se adorna arriba de la mesa poniendo estrellas, lunas, sol que pueden ser de pan. El mundo de aquí y ahora, o sea el kay pacha, se pone encima de la mesa las ofrendas en forma de animalitos y guagas de pan, comidas, dulces, frutas y bebidas que les gustaban a los difuntos. Se encienden velas y algunas familias ponen fotos. Y el urku pacha, que es el mundo de abajo, donde se pone el tocoro o la planta de cebolla enflorecida, papas, y demas flores.
El 1 y 2 de noviembre las familias se visitan, hacen sus oraciones, se comparte poniendo énfasis en lo colectivo y comunitario. Cuando las familias perdieron a sus seres queridos recientemente, los vecinos, amigos y seres queridos van a ayudar a hacer las ofrendas, acompañan y comparten brindando contención colectiva. La muerte de esta forma no implica la perdida para siempre del ser querido, sino un cambio de dimensión, donde los muertos vuelven de esa otra dimensión a este mundo del aquí y ahora. Por eso, las familias con raíces en pueblos originarios, no se olvidan de estas costumbres y han sostenido esta expresión espiritual milenariamente.
Esta riqueza de tradición milenaria expresa que el 31 de noviembre, cerca de la media noche llegan las almas nuevas, que fallecieron recientemente, y el 1 de noviembre llegan las otras almitas y se van sirviendo de la mesa. Las almitas se sirven de ahí las bebidas, comen, disfrutan; y llegan con otras almitas que fueron amigos o compadres, comadres, entonces están felices en este reencuentro.
El 2 de noviembre, las familias levantan la mesa porque ya se han ido las almitas, algunos desde las 6 o 7 de la mañana levantan las ofrendas. Después de oraciones con los presentes el dueño de casa invita a dos personas que levante la mesa. Se separan las ofrendas de pan, los dulces, las comidas y se va repartiendo según cantidad de personas. Desde la cosmovisión milenaria, se sostiene lo colectivo comunitario y en las prácticas de reparto de ofrendas se manifiesta, de tal modo que todos van recibiendo dulces, frutas, pan; de forma igualitaria, sean mayores o niños. No hay diferencia social y esta forma de reparto pone en evidencia la cosmovisión andina, quechua, aymara, coya del principio de lo colectivo y la reciprocidad, muchos de los presentes previamente estuvieron ayudando en hacer las ofrendas, acompañando a las familias, siendo parte de esa vida comunitaria.
Desde la tradición oral de los pueblos originarios, esta práctica ancestral se transmiten de abuelos a padres, y así a las nuevas generaciones. En el mes de noviembre se siguen yendo a los cementerios, se comen y toman alguna bebida recordando al ser querido. Ese reencuentro con las almitas, es una práctica fundamental para seguir manteniendo viva la memoria de los seres queridos que fallecieron. Es una práctica que fortalece la espiritualidad de los pueblos y desde la cosmovisión andina implica una conexión con los ancestros, ancestras que han llegado porque el tiempo y el espacio lo ha permitido, y es que los seres queridos regresan, y se cumple el tiempo cíclico no es una muerte absoluta sino que van y vienen como la espiral, el tiempo es rotativo va y viene y por eso es que se esperan las almas porque vienen. (imágenes créditos al autor)