NACIONALES
16 de mayo de 2021
75 Años del malón de la paz

En el año 1946, 174 kollas de las provincias de Salta y Jujuy se dirigen a bs as para denunciar los abusos y atropellos a los que eran sometidos y reclamar por sus tierras.
El 15 de mayo de 1946 comienzan a moverse los distintos grupos de kollas de los departamentos jujeños de Cochinoca y Tumbayas, y de las cercanías de Orán en Salta. En los días siguientes se pusieron en marcha las columnas provenientes de otras haciendas lindantes con Orán, de Iruya y de Varas de Palca de Esparzo que, como pequeños arroyos, van a confluir en las afueras de San Salvador de Jujuy el 24 de mayo. Son 174 comuneros que marchan la mayoría a pie, acompañados por un centenar de mulas y dos carros. Jamás se había producido un reclamo indígena de tal magnitud. Un poco en broma un poco en serio comienzan a definirse como un Malón, por las dudas le agregan la palabra Paz: “el Malón de la Paz”.
Los kollas que habitaban el Noroeste argentino desde un tiempo antiguo, debían pagar arriendo a los capataces del terrateniente Patrón Costas hasta por los cementerios donde estaban enterrados sus ancestros. A fines de 1945, aprovechando la aparición de la figura carismática del coronel Perón, la situación llegó a un punto de no retorno. Las comunidades dijeron “basta de abusos”. Atenta a la magnitud del movimiento que gestaban los kollas, desde principio del año, la Secretaría de Trabajo, trampolín desde el que se catapultó Perón había destacado al teniente Mario Bertonasco para monitorear la marcha desde adentro.
Durante tres meses, el Malón bajará a pie desde los poblados de la Puna hacia la metrópoli del Río de la Plata y será motivo de cuantiosas notas en diarios, semanarios de actualidad, revistas del corazón, programas de radio de gran audiencia, y el progresivo apoyo popular y político, ya que a medida que se acercan son objeto de agasajos y recibimientos oficiales, solidaridades espontáneas y alianzas tácticas de otras comunidades indias y de pequeños productores y arrendatarios que ven en su éxito la posibilidad de encaminar demandas largamente postergadas en las zonas agrarias.
Los kollas para quebrar la invisibilidad y extrajerización de la que siempre fueron objeto, hacen gala de un itinerario tan prolijo como estratégicamente argentino. El contingente aprovecha las fechas patrias para ingresar a distintas capitales de provincia que jalonan su itinerario: San Salvador de Jujuy el 25 de Mayo, Córdoba el 20 de junio y el 9 de julio de 1946 entran en Rosario.
Los debates en el Congreso se inician tímidamente en la semana previa al ingreso en Buenos Aires del Malón y continuarán hasta semanas después de su brusca evacuación. Ni los diputados del oficialismo, que parecen solidarizarse con el movimiento, ni los de la oposición, que desconfían de todo, encuentran ni el lenguaje ni los actos necesarios para viabilizar la petición de los indios, y en última instancia esperan las señales del gobierno. Finalmente, el sábado 3 de agosto, tras haber dejado Areco y Luján, el Malón entra en la capital con sus mulas y sus carretas, sus tres banderas desplegadas, y se aprestan a avanzar hacia el centro desde el barrio de Liniers. Las principales radios transmiten en cadena. Han pasado casi tres meses desde aquel 15 de mayo en el límite norte de la Argentina. Han atravesado dos mil kilómetros a pie. Es un momento de euforia.
Tras un improvisado desfile al ritmo de erkes, charangos, sikus y quenas, un mensajero surge desde la Casa Rosada pidiendo la presencia de la representación indígena. Una pequeña comitiva encabezada por Bertonasco entra. Los funcionarios seleccionan a dos mujeres y a un hombre kollas y los llevan al balcón. Es un momento único, el Malón tocaba el cielo con las manos. La primera vez en siglos que la principal autoridad política recibe y se abraza en público con indígenas. Más tarde, en el jardín de invierno de Casa Rosada, Perón recibe al resto de la comitiva.
El contingente que bajó del norte es hospedado en el Hotel de Inmigrantes, donde son atendidos correctamente y donde se les asigna un pabellón. La primera paradoja, acaso, fue el lugar elegido: el sitio donde durante décadas pasaban sus primeras horas en Argentina los que bajaban de los barcos, los extranjeros. Esa misma tarde, Perón se acerca al predio con el canciller Bramuglia, para cerciorarse de que estuvieran cómodamente alojados.
El gobierno advirtió tarde las alianzas y apoyos suscitados por el Malón y comprendió que había ingresado en un terreno peligroso. Si les otorgaban las parcelas a los 174 kollas, una lluvia de pedidos indígenas y reclamos de peones rurales necesitados de tierras se desataría a lo largo del país. Llevan veintitrés días en Buenos Aires. De pronto, el gobierno comienza a cercenar el ingreso de intermediarios al Hotel de Inmigrantes.
El entorno gubernamental estaba inquieto, el general Filomeno Velazco asumió la voz cantante de las Fuerzas Armadas y de la Sociedad Rural preocupados por el problema que los indios desnudaron. Todos comprendieron que el inusual apoyo recibido por el Malón a su paso por la Pampa Húmeda por parte de pequeños chacareros, arrendatarios, sociedades de socorros mutuos, ligas agrarias, sociedades de fomento y centros de inmigrantes, encubría un problema de una envergadura que no podía ser obviado.
El miércoles 28 de agosto, funcionarios del gobierno les comunican que deben alistar sus pertrechos porque serán trasladados a otro lugar. En principio, los kollas se niegan, pero finalmente aceptan. En la madrugada del jueves 29 de agosto de 1946 en medio de gases lacrimógenos, golpes, insultos, llantos y vejámenes, una fuerza conjunta compuesta por cientos de soldados de la marina de guerra y una brigada lanzagases “convencieron a los kollas de retornar a sus lares”. Al día siguiente ante el escándalo periodístico, el gobierno se hizo el desentendido. Nadie sabía quién había ordenado la movilización de la tropa. El presidente Perón se limitó a crear una Comisión Investigadora que obvio no investigó nada.
En 2006, los pueblos del noroeste argentino realizaron un “Segundo Malón de la Paz”, como lo llamaron. Caminaron un día y medio desde los distintos departamentos de la provincia, hacia Purmamarca y exigieron que el gobernador Eduardo Fellner acate un reciente fallo de la Justicia que lo obliga a entregar 1,5 millón de hectáreas a kollas y guaraníes. La lucha de los pueblos indígenas del norte y del resto del país por el derecho a la tierra continúa
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